Borombombón Borombombón…

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por Claudia, la profe

A veces nos encontramos en lugares insólitos, ajenos a nuestras costumbres. Quizá sea el caso de mi experiencia de hace unos días, el miércoles 3 de agosto, en el Estadio de San Nicolás en ocasión del partido Newell´s-Aldosivi. Era una asignatura pendiente que teníamos con uno de mis sobrinos: ir a la cancha a ver a “la lepra”. Y allá fuimos mi sobri, su esposa, su niño de 7 años y la que suscribe. En familia porque la fecha fue elegida por tratarse de un “partido tranquilo”.

La sensación de fiesta la tuve desde que tomamos Circunvalación. Bocinazos y autos embanderados. Y ni les cuento el impacto, al bajar del auto, y encontrarme con multitudes con indumentaria rojinegra. (Sepan disculpar mis observaciones ingenuas, pero fueron muy escasas las veces que asistí a un espectáculo futbolero). Y, lógicamente, los colores verde y amarillo del equipo de Mar del Plata eran inferiores en cantidad. EL trayecto a pie desde el estacionamiento hasta el ingreso al Estadio estaba absolutamente controlado por diferentes fuerzas de seguridad. Uniformados a pie, a caballo, en moto. Mucho control y organización. (Lo único negativo fue que, en uno de los controles, tuve que sacrificar mi porta-alcohol con forma de lapicera que me acompañaba desde el día 1 de la pandemia pues “todo elemento que pueda ser arrojado y así herir a alguien no se permite pasar.” Entendido.) Por suerte habíamos ido con mucha anticipación. Tres horas antes del comienzo del partido. Y eso me posibilitó ser testigo de la metamorfosis del Estadio. Transformación de sus colores. Transformación de sus ruidos y sonidos. Cada vez más y más gente. Jóvenes, Mayores, niños, hombres, mujeres. Y la señal de los celulares disminuía con la llegada de la gente. La hinchada en las tribunas era show aparte. Sus coloridos. Sus cánticos. Su música. Sus enojos. Sus cataratas de insultos. Y se sufrió en algunos momentos. Pero -¡por suerte para Ñuls!- el alivio llegó en el segundo tiempo con un resultado de 4 a 2. Y sin enojos ni broncas y con el triunfo a cuestas, el público comenzó a retirarse. Pero las grandes puertas estaban cerradas. “Por seguridad deben dejar salir primero a la hinchada de Aldosivi.” Y como la fiesta había sido tranquila y con un muy buen resultado para los locales, la gente se mantuvo bastante tranquila a la espera de poder salir. Y la demora comenzó a sentirse con cansancio como en todo final de fiesta. ”Che, abran que se me quema la comida…” (Considerar que era miércoles y que, a esta altura, ya serían las 23.30). Hasta que un gran portón cercano a donde nos encontrábamos por fin se abrió. Y al segundo se escucharon 4 ó 5 disparos de balas de goma muy cercanos a esa entrada. Ante esto la gente, en lugar de avanzar, retrocedió. Y ese momento para mí, novata de cancha, lo sentí como un momento de apretujamiento y tensión. Fue breve pero pareció eterno. Salimos enseguida y vimos unos pocos uniformados de a pie que se retiraban de la entrada mientras el público, enojado, los insultaba y les gritaba que estaba lleno de chicos. De verdad nadie esperaba esos disparos pues no había, a simple vista, motivo para ellos. Es más, por esa entrada no salía la barra brava. Sólo la platea lateral. Y toda la presencia y el control policial del comienzo habían desaparecido. Demás está decir, que la desconcentración de los autos fue caótica. Se tardó mucho en llegar a la ruta y luego ésta estaba cargadísima. Y, como supondrán, el regreso fue muy lento.

Le conté a un amigo lo sucedido a lo que agregó que él no va ni iría ni loco a una cancha porque “no hay partidos tranquilos”. Y yo me sigo preguntando después de esos disparos dónde estaba la policía para organizar la salida. Porque los únicos presentes se encargaron de todo lo contrario. Y, reitero, el ingreso había sido muy diferente.

Era lindo ver a familias completas con niños y niñas o con adolescentes compartiendo esa pasión deportiva. Por eso, entristece pensar que antes de ir a la cancha, con hijos, esos padres tengan que plantearse si el partido podrá ser tranquilo o no, como dice mi sobrino. O que decidan directamente no ir porque siempre puede suceder algo, como dice mi amigo. ¿Podrá revertirse esto alguna vez? Veremos. Igual, nadie me quita la impresión que tuve a lo largo de la previa y del partido. Que ese evento deportivo es uno de los pocos espacios que realmente aglutina, que une aunque haya quienes -propios o ajenos- intenten lo contrario. Que es uno de los escasos momentos donde se juntan almas de diferentes raíces étnicas, religiosas, de diferentes ideologías políticas. De diferentes estratos sociales, económicos e intelectuales. Sentí eso. Quizá sea sólo una ilusión de 90 minutos o más. Y me fui con la pregunta, ingenua para algunos y que me sigue dando vueltas por la cabeza, de por qué no poder reproducir esa sensación mezclada con realidad de 90 minutos de cierta comunión en otros ámbitos de nuestra vida.

Quizá…


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