El hombre que cayó a la tierra. Más que (in) humano

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por Juan José Farías

En la literatura de ciencia ficción, los extraterrestres siempre han tenido un papel predominante. Sean los invasores despiadados que buscan conquistar nuestro planeta como en La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1898) de H G Wells; los benévolos tutores dispuestos a acoger al hombre en la hermandad galáctica, tal como ocurre en El fin de la infancia (Childhood’s End, 1953), de Arthur C. Clarke o aún las melancólicas y casi etéreas criaturas descritas por Ray Bradbury en algunas de las historias que componen sus Crónicas Marcianas (The Martian Chronicles, 1950). Pero, aunque importante, este papel por lo general ha estado confinado a los estrechos límites de su relación con la Humanidad: sean nuestros oponentes o nuestros tutores, no tienen auténtico peso en sí mismos. Y a la hora de profundizar, lo que se ofrecía era una pintura más detallada de la raza, pero no de los individuos. Los alienígenas carecían de personalidad propia. Hasta que un escritor rompió el molde.

EL HOMBRE QUE CAYÓ A LA TIERRA
Walter Stone Tevis (1928 – 1984) fue un escritor norteamericano algunas de cuyas obras se enmarcan en el género de la ciencia ficción. Quizás nunca hayan oído su nombre, pero es muy probable que conozcan su trabajo, al menos a través de adaptaciones ya que de sus seis novelas, cuatro sirvieron de inspiración para películas o series homónimas. The Hustler (El buscavidas, 1959) y The Color of Money (El color del dinero, 1984) comparten el personaje, un buscavidas jugador de billar llamado “Fast Eddie” Felson a quién Paul Newman dio vida en la pantalla grande. Mas recientemente, Gambito de Dama (The Queen’s Gambit, 1983) fue convertida en serie por Netflix, transformándose rápidamente en una de las más vistas de la plataforma.

Pero la que nos ocupa es El hombre que cayó a La Tierra (The man who fell Earth, 1963), novela que trata sobre un extraterrestre llegado desde otro planeta de nuestro sistema solar llamado Anthea por sus habitantes, aunque “los humanos lo conocen con otro nombre”. Anthea está devastado y la misión de Thomas Jerome Newton (tal el nombre que adopta entre nosotros) es la de amasar una fortuna patentando y fabricando productos de alta tecnología para poder financiar la construcción de una nave espacial. Oficialmente, la nave servirá para explorar el sistema solar, pero su verdadero objetivo es rescatar a los pocos antheanos sobrevivientes y traerlos a nuestro planeta. Se trata de un doble rescate, ya que nuestra sociedad parece condenada al mismo destino y una vez en La Tierra, los alienígenas usarán su inteligencia y ciencia superiores para evitarlo.

Este argumento rompe con los moldes que describíamos mas arriba, ahondando en los sentimientos de soledad y desarraigo del protagonista, cuya misión peligra a medida que estos se vuelven cada vez más difíciles de soportar. El desgano se irá apoderando lentamente de él, sobre todo a partir de que conoce a Bety Jo, una mujer alcohólica que lo hará aficionarse a la ginebra. En un sentido general, la obra reflexiona sobre la Humanidad y la ceguera que le impide aceptar el inevitable destino de destrucción al que se encamina, pero lo más novedoso es la manera en que profundiza en la pintura del personaje principal.

Trece años más tarde, en 1976, Nicolas Roeg dirigió una adaptación para televisión de la novela de Tevis con nada menos que David Bowie en el papel principal y Candy Clark como Mary‑Lou (la Bety Jo de la novela). Si bien recomiendo su lectura, para aquellos que no sean amantes de los libros la película puede ser un buen acercamiento a la obra, ya que es bastante fiel al original. Y para cerrar el círculo, este año se estrenó la primer temporada de la serie El hombre que cayó a La Tierra (2022 – ), disponible en nuestro país a través de la plataforma Paramount Plus, que continúa la historia de Newton a partir de la llegada de un segundo antheano dispuesto a completar la misión.


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