El Malbec desde el medioevo

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No está claro cuándo comenzó a ser lo que llegó a ser, pero sí que para el primer siglo de la era cristiana se establecieron los primeros viticultores en el área de Cahors, de donde es originaria. Desde aquel temprano brote de la vid hasta la fecha, el malbec lleva recorrido un largo comino de extranjero en su país, pero jugando de local en las mesas del mundo.

La mención del vino negro. La primera mención a un vino que parece el malbec que conocemos data del siglo XIV. Luego de que Aquitania, la provincia francesa, fuera anexada a Inglaterra por medio de una boda, los ingleses se aficionaron al vino de Cahors, que se exportaba sin impuestos desde las estribaciones del Pirineo hasta Londres. Entonces, ese vino cobró fama como el vino negro de Cahors y cuenta con algunas menciones en crónicas de la época.

Eclipse de una época. Pero así como el vino negro de Cahors fue famoso en Inglaterra, los comerciantes de Burdeos decidieron cortarle el paso ni bien la ciudad perdió los favores reales. Para el siglo XVII los bordeleses comenzaron a cobrar un impuesto por el uso del río y su puerto como desemboque a los vinos del interior. Por lo que, más temprano que tarde, el vino negro pasó a engrosar los flacos claretes bordeleses.

¿El malbec cura las úlceras? Al parecer así fue, al menos en el caso de Pedro el Grande (1672-1725), zar de Rusia, quien por prescripción médica curó una úlcera de estómago con el vino negro de Cahors. Pero fue la hija del zar, Catalina, quien se envalentonó con el vino e hizo plantar esquejes en torno a la península de Crimea, donde actualmente se lo cultiva. Según el historiador Pablo Lacoste, también fue vino de misa para los ortodoxos.

Haga Francia, plante cot. Para cuando estalló la crisis de la filoxera en Francia –hacia 1890– una de las variedades más plantadas en Burdeos era el malbec, conocido allá como cot o auxerrois. Pero el clima de la región, moderado a fresco y siempre lluvioso, no favoreció la replantación del malbec cuando se superó la crisis de la filoxera. Entonces, los vignerons prefirieron las más sólidas cabernet franc y la elegante cabernet sauvignon al cot, cuyo final en la región fue marcado por la gran helada de 1956, que lo sepultó en el frío olvido.

Supervivencia del cot. Como muchas otras variedades de uva, sobrevivieron genéticamente a la filoxera en rincones del mundo. En eso, el siglo XVIII y XIX fueron pródigos en exportación de materiales. Y mientras que el carmenere sobrevivió en Chile, por ejemplo, el cot encontró refugio en Argentina, pero particularmente en Mendoza.

¿Cómo llegó a Mendoza? El 17 de abril de 1853 la gobernación de Mendoza apostó por el desarrollo de la vid. Contrató a un francés que estaba en Santiago de Chile para que trajera las vides y su conocimiento. Se trataba de Miguel Amado Pouget, egresado de la escuela de Horticultura de París, quien fue el encargado de traer a la Argentina los primeros esquejes de uva francesa. Entre ellos estaba el malbec.

Adaptación y cambio. Acá se la conoció con el nombre de un cultivador de origen húngaro que vivía en Burdeos, el señor Malbeck. Y como presumiblemente el material que llegó era el de su vivero, las estacas del cot pasaron a llamarse malbeck primero y, luego, con los años, malbec a secas, aunque la k no se perdió por razones políticas. En todo caso, la variedad fue la favorita de los viñateros locales, por la sencilla razón de que ofrece buen volumen de uva sabrosa. Con ellas, se elaboraron unos vinos de muy buen color y perfume.

Repunte del malbec. Con todo, cuando la industria del vino entró en crisis en la década de 1980, muchas hectáreas de las que había en Mendoza fueron arrancadas. Sobrevivieron unas 10 mil para 1990. De ellas salieron los primeros vinos que enamoraron, otra vez, a los paladares foráneos. Permitiendo que un nuevo ciclo de expansión diera vida a los vinos argentinos y renovado vigor a un clásico desde el medioevo. Hoy, mientras todo el mundo planta malbec, Argentina tiene la mayor extensión (40 mil hectáreas) y el renombre de la variedad.

Cada región le da su propio gusto

Una de las cosas más sorprendentes del malbec es que no tienen un descriptor propio, como puede sucede con la ruda en el sauvignon blanc. Por el contrario, comparte con todas las tintas casi todos los aromas. El truco es que, según sean climas cálidos o fríos, expresa unos u otros: frutados y especiados en los primeros, florales y frutados en el caso de los segundos.


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