La Tierra permanece

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por J. Farías

La ciencia ficción ha imaginado como sería la extinción de la especie humana muchas veces, de casi todas las formas posibles. Invasiones extraterrestres al estilo de La guerra de los mundos (1898) de George Orwell, guerras nucleares como la de Eon (1985) de Greg Bear o catástrofes ambientales como la de Las torres del olvido (1987) de George Turner. Y también, claro está… epidemias.

SIN UN ESTALLIDO

La Tierra Permanece se publicó en 1949 y le valió a su autor, el norteamericano George R. Stewart, el premio International Fantasy Award en 1951. No es una novela típica para el género. No encontraremos en sus páginas la aventura, ni la acción, ni los grandes descubrimientos que priman en obras similares. Ni siquiera hay buenos y malos, amigos y enemigos, héroes y villanos. Solo hay gente común y corriente, metida en una situación que no tiene nada de común y menos de corriente.
Un simple virus ha mutado, convirtiéndose en extremadamente letal y la plaga se propaga a una velocidad alarmante. Quienes se contagian, mueren en cuestión de días, sin que haya nada que pueda hacerse para evitarlo. Solo unos pocos afortunados, poseedores de una inmunidad natural, logran sobrevivir. En poco tiempo, la humanidad se encuentra al borde de la extinción, sin la grandilocuencia de una guerra de exterminio, una invasión o una catástrofe natural

LOS DELFINES DE VENECIA

La casi desaparición del hombre no ha implicado el desmoronamiento de la sociedad: los enfermos mueren atendidos por médicos y enfermeras que se les unirán en poco tiempo. No hay pillaje, rapiña, ni tumultos. No hay edificios incendiados ni ciudades destruidas. La población mundial se ve drásticamente reducida y la naturaleza viene a reclamar para sí espacios antes ocupados por el hombre, pero nada más. Los servicios semiautomáticos, como la energía eléctrica o el agua potable continúan funcionando mucho después de que quienes los atendían han caído, dando una falsa sensación de normalidad que lleva a que los personajes se nieguen a aceptar la gravedad de la situación e intenten continuar con sus vidas como si nada hubiese cambiado. Solo Isherwood Williams, narrador y protagonista principal de la historia, dueño de una notable inteligencia y una sólida preparación científica se yergue, como una voz en el desierto, intentando convencerles de que deben reorganizarse.

Sus esfuerzos son vanos: ni siquiera la primera generación nacida dentro de este nuevo orden se siente obligada a adaptarse y prefieren sobrevivir rapiñando los restos de una civilización que ha desaparecido.

Este es uno de los rasgos mas notables de la narración, que la diferencia de otras obras similares de la época. La cuasi desaparición de la humanidad no implica la formación de neofeudalismos o el franco retroceso al estado de salvajismo, ni el surgimiento de grandes líderes que aceleren el proceso de regreso a «la normalidad». Apenas si hay personas comunes, interesadas solamente en sobrevivir día tras día. La reconstrucción llegará, sí, pero con la misma calma con la que llegó la destrucción.

En resumen, es una novela muy bien escrita, con un desarrollo sumamente lógico y cuya lectura es simple, entretenida y por sobre todas las cosas, muy recomendable.


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