Mi abuela Romilda

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por Edgardo Urraco

Cada 24 de junio (el día de San Juan), recuerdo aquellas noches de mi niñez en las que para celebrar el cumpleaños de mi abuela Romilda, se reunían parientes y amistades en su vieja casa; que con la clásica galería, sus árboles, el horno de ladrillos y barro, el pozo de balde, la inmensa mesa de la cocina y el galpón de chapas, era la típica vivienda de campo subsistiendo en el barrio que ya quería abrazarse al progreso. Eran noches donde la memoria estaba de fiesta: noches de canto, guitarras, recitados camperos y hasta del arpa guaraní de Rolandi. En esas noches, los naranjos del patio parecían temblar por la vibración con que mi papá recitaba aquellos versos de El tigre, La luz mala y El overo; versos que andarán con él conmoviendo estrellas.

Cómo olvidar las guitarras embrujadas de Lucio Urraco (el “Morocho”), Hugo Espinoza, Orlando y Rubén Correa y Fito, así como el dúo cuyano de Teófilo y Balbi.

El canto femenino estaba a cargo de Clarita, Zule y la entrañable tía Flora.

Después llegaban las esperadas voces de Roberto Sánchez, Eduardo Peiró, Aldo Abalos, el “Nena” Ruíz, Raúl Reyna, el “Ñato” José Medina interpretando su creación del romántico vals Adiós, adiós; y del inolvidable Ricardo Sánchez (el Tormo rosarino).

Así eran esas reuniones (donde no faltaban empanadas y pastelitos), en la antigua casa de Mathéu al 800 en Alberdi; calle de tierra y con la tradicional zanja de aquellos tiempos, río fantástico en días de lluvia para la pesca de ranas y el airoso navegar de los barquitos de papel. La alegría de nosotros, los numerosos nietos; la ternura de tantos familiares; los mates y el vino bueno de los amigos, acariciaban el alma para quedarse por siempre en la evocación, como aquellas florcitas multicolores y aromadas que adornaban el cerco de alambre del frente.

Cada 24 de junio, fogatas de hondos sentimientos iluminaban a mi abuela Romilda en su antigua y recordada casa de la calle Mathéu, que en la noche de San Juan se poblaba con arpegios, canciones, risas, recitados, besos y también… de algunas lágrimas…

Muchas de las personas que he nombrado se fueron en el viaje sin retorno, pero lo engañan a Dios y vuelven por un camino de nostalgia, hacia la calidez humana de mi abuela Romilda; que fue la mejor expresión de su linaje criollo.


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