Un siglo junto a los robots

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por J. Farías

En enero de 1921, el dramaturgo y escritor cheko Karel Čapek presentaba su obra de teatro R.U.R (Robots universales Rossum). La pieza se sitúa en un futuro (en ese entonces) muy lejano en el que el Hombre ha creado una serie de criaturas sintéticas que se encargan de todas las tareas pesadas, incrementando la productividad de las fábricas. Estos humanoides mecánicos también son enviados a luchar en las guerras de la humanidad, pero acaban por sublevarse y enfrentar a sus amos, exterminándolos. Cuando Karel le contó esta idea a su hermano, el pintor Josef Čapek, este le sugirió que bautizara a las criaturas con la palabra roboti, que en checo tiene el significado de siervo o trabajador forzoso. Ese fue el primer uso del término “robot” y 63 años antes de Terminator (1984), su destino ya comenzaba a perfilarse: de esclavos a verdugos de la humanidad.

R.U.R. fue todo un éxito, y no es de extrañar. Se estrenó apenas a tres años de finalizada la Gran Guerra (tal como se conocía en ese entonces a la Primera Guerra Mundial) y el mundo comenzaba a tomar conciencia de la capacidad destructora de la tecnología y de que la raza humana podía desaparecer a manos de sus propias creaciones… y de su propia ambición. Al mismo tiempo, la masiva industrialización despertaba recelos y esperanzas por igual: el progreso prometía un paraíso de confort y maravillas, pero también amenazaba con reemplazar a los trabajadores por máquinas, más productivas y baratas de mantener.

CEREBROS POSITRÓNICOS
En estos cien años, no pocos fueron los autores que tomaron el relevo de Čapek pero hay uno que destaca entre todos ellos, al punto que su nombre está asociado a la palabra “Robot” aún mas íntimamente que el de su creador. Me refiero a Isaac Asimov.

El escritor ruso nacionalizado norteamericano ha sido una de las mayores influencias en la ciencia ficción en general y las historias sobre humanoides mecánicos en particular. Los robots imaginados por “El Buen Doctor”, tal como suele apodarse al escritor, poseen cerebros positrónicos: una delicada malla de platino e iridio donde los impulsos cerebrales, equivalentes a las comunicaciones neuronales en un cerebro humano, se realizan mediante un flujo de positrones.

El comportamiento de los robots asimovianos se rige mediante tres reglas básicas, conocidas como Las tres leyes de la robótica, que vieron la luz por primera vez en el relato Círculo vicioso (Runaround, 1942), aunque la primera de ellas había aparecido en solitario en ¡Embustero! (Liar!, 1941)

  • Primera Ley: Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
  • Segunda Ley: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.
  • Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

En cierta forma, estas leyes son la respuesta de Asimov al problema planteado por Čapek: impresas de forma indeleble en los cerebros positrónicos, son una medida de protección para impedir que la humanidad deba temer a sus criaturas. Los robots del escritor norteamericano jamás podrían revelarse contra sus creadores, ya que la primera ley lo impide. Incluso si un humano inescrupuloso se hiciera con un ejército de robots e intentara atacar a otras personas, estos no obedecerían sus órdenes debido a la salvedad impuesta en la segunda ley.

Sin embargo, la mayoría de los relatos protagonizados por robots tratan precisamente sobre casos en los que, por una u otra razón, estas leyes se ven vulneradas o se contradicen. Por ejemplo, en el cuento anteriormente mencionado ¡Embustero!, debido a un fallo en su fabricación el robot RB-34 (Herbie), tiene la capacidad de leer el pensamiento. Siguiendo el dictado de la primera ley, comienza a decirle a las personas lo que quieren oír, para no lastimar sus sentimientos, pero cuando sus mentiras son descubiertas acaban causando mas daño. Enfrentado con las consecuencias de sus actos, Herbie termina sufriendo un bloqueo que inutiliza completamente su cerebro positrónico.

Posteriormente, Asimov añadiría una nueva ley: la ley cero. La misma ordena que “Un robot no hará daño a la Humanidad o, por inacción, permitirá que la Humanidad sufra daño”, quedando el resto de las leyes subordinadas a no contravenir este mandato. Esta ley aparece por primera vez en la novela Robots e Imperio (Robots and Empire, 1985).

En este 2021, se cumplen cien años desde que el mundo conociera una palabra que hoy impregna no solo la literatura fantástica, sino nuestra vida diaria. Aunque aún estén desprovistos de esa conciencia propia que caracterizaba tanto a las criaturas de Čapek como a las de Asimov, los robots y las inteligencias artificiales forman una parte esencial de nuestras vidas… y si no me creen… pregúntenle a su teléfono celular.


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